Cortázar y ese juego literario que es Rayuela

24/11/2009

(Rayuela es un juego de niños que consiste en sacar de varias divisiones trazadas en el suelo –numeradas del 1 al 10– un tejo al que se da con un pie, llevando el otro en el aire y cuidando de no pisar las rayas y de que el tejo no se detenga en ellas. El número 10 representa el cielo. Llegar al 10 es ya no estar aquí.)

 Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. 

Julio Cortázar

 A mediados del siglo pasado, apoyado en las barandas del puente de la rue de Seine en París, mirando hacia el río Sena, en la página 15 ó 16 de Rayuela, Horacio Oliveira articuló una pregunta que tal vez jamás sabremos si la dirigió hacia él mismo, hacia nosotros, ¿o hacia quién, merde?: “¿Encontraría a la Maga?”, preguntó.

Podemos pensar que la novela cuenta la historia de un amor azaroso entre Oliveira y la Maga sólo si estamos mínimamente convencidos de que tal cosa puede existir incluso en el mundo posible de la literatura: Oliveira y la Maga caminan por calles distintas de París sin la intención de encontrarse y, sin embargo, sin buscarse, se encuentran.

“Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas”, relata Oliveira.

Con Rayuela (1963), el escritor argentino Julio Cortázar pasó por la literatura igual que Charlie Parker lo hizo por la música: como una mano que da irreversiblemente la vuelta a una página; un remolino aniquilador que se lleva lo permanente, el paradigma inmovilizador.

Después de esta novela –lo dice también Vargas Llosa– la literatura sólo podía seguir por dos caminos, aunque siempre chocaba contra un muro de contención que, a su vez, evitaba su fuerte caída: la producción literaria que nacía con la estructura de la novela clásica de pronto pareció anticuada, terca y aquellos que se aventuraron a escribir como Cortázar, sin cortapisas, no eran más que la inútil continuación de algo que, desde el principio, desde Rayuela ya estaba terminado.

Esta obra es la representación de toda una filosofía de Cortázar: hacer literatura, como vivir la vida, como jugar la rayuela, divierte; escribir no requiere de doctorados en letras; la literatura se asfixia si se hace de ella un ritual sagrado, y sólo quien se atreve a profanarla se vuelve en realidad su libertador. La literatura cortazariana es un juego, pero un juego bien realizado.

De ahí nace el nombre de una novela en la que el jugador –o lector– puede elegir si lee Rayuela de forma lineal, convencional, o si quiere transitar por sus capítulos de un modo turbulento y al parecer también azaroso, a saltos. Porque, como lo explica su autor, se trata de una novela que es dos novelas a la vez (y quizá tres o dieciocho, mil).

Y quién sabe. Tal vez nosotros, igual que Oliveira, andamos por el mundo como si en el suelo hubiera dibujada una gran rayuela invisible: dejando todo al azar. Y al detenernos en una esquina a fumar un cigarrillo o al dar vuelta en una calle por donde no solemos pasar al volver a casa, sin darnos cuenta estamos evitando la raya que separa al cinco del seis o al siete del ocho; qué importa cuál sea, si lo único que queremos al final del juego, de la vida, es poner rabiosamente los pies en el cielo del “10” y entrar en la delgada cintura de la Maga que nos mira y sonríe sin sorpresa, porque nuestro encuentro con ella no ha sido casual, tampoco planeado.

Una respuesta hasta “Cortázar y ese juego literario que es Rayuela”

  1. Me da gusto que estés escribiendo así. Y el blog está padre, no lo dejen.

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