Fernando Pessoa, heterónimo de quién
07/03/2010
De Fernando Pessoa no sabemos nada porque, aunque fue un impúdico como acostumbran ser los poetas, a quien lucía desnudo definitivamente no era a él mismo. Y no sabemos nada porque dedicó la mayor parte de su vida a la invención y se quedó astutamente como un garabato en la cara de sus creaciones, aquellos hombres (es un decir) a los que obsequió este mundo. Y porque alguna vez escribió: “Finjo tan completamente / que llego a fingir que es dolor / el dolor que de veras siento”. Y porque él… Porque él…
Conocemos de Fernando Pessoa tanto como sabemos de nuestra ignorancia con respecto a él: nada. La imagen que logramos construirnos de este poeta lusitano es tan imperfecta como el desleído recuerdo que tienen los viejos sobre su encuentro remoto con los dioses. Se sabe que Pessoa nació en Lisboa en 1888; se sabe que es uno de los escritores más representativos de la lengua portuguesa, y se sabe también que vivió una infancia solitaria que lo obligó al taciturno recurso inventivo: luego escribió poemas sobre temas distintos de los que él recurría y los atribuyó a unos poetas-otros a los que nombró heterónimos.
La triada fundamental de la heteronimia de Pessoa la conforman los poetas Ricardo Reis, Alberto Caeiro y Álvaro de Campos. Los heterónimos, a diferencia de los pseudónimos y los desdoblamientos, son personalidades “completas”, con una obra artística y una historia independientes de las de su creador; tienen una biografía creíble (con fecha de nacimiento y de muerte, postura política, amantes, conducta) e incluso sus estilos literarios, sus temas y sus influencias, son diferentes e increíblemente verosímiles.
Ricardo Reis nació en Oporto en 1897; fue médico, latinista, fracasado y nihilista; se exilió voluntariamente en Brasil debido a sus preferencias monárquicas; luego de la muerte de Pessoa en 1935, volvió a Portugal, como hace constar, en El año de la muerte de Ricardo Reis, su “biógrafo principal”, José Saramago. Alberto Caeiro (Lisboa, 1889) tuvo una vida intrascendente; mediante su poesía reconstruyó el paganismo, fomentó el nihilismo e instruyó con diligencia a sus tres discípulos: Reis, Campos y el propio Pessoa. Por su parte, el ingeniero naval Álvaro de Campos (Tavira, 1890) fue el heterónimo más vanguardista de todos: volcánico y autodestructivo, bisexual y sadomasoquista, poeta.
–¿Cuál es la génesis de sus contradictorios heterónimos? –le pregunté a Pessoa (en realidad se lo preguntó Adolfo Casais Monteiro, pero da lo mismo; ya sé que tenemos un origen común).
–Tuve siempre, desde niño, la necesidad de aumentar el mundo con personalidades ficticias […] Tendría no más de cinco años y, niño aislado como estaba y sin querer dejar de estarlo, ya me acompañaban algunas de las figuras de mis sueños y otros que he olvidado […] Esta tendencia no pasó con la infancia […] Hoy ya no tengo personalidad: cuanto en mí pueda haber de humano lo he repartido entre los diversos autores de cuya obra he sido ejecutor. Hoy soy el punto de reunión de una pequeña humanidad sólo mía.
Ya esotéricos o paganos o nihilistas o futuristas, los heterónimos fueron personalizaciones que directamente despersonalizaron a Fernando Pessoa. De ahí que no se descarte la duda de si el escritor portugués en realidad, alguna vez, reveló su “verdadero yo”, o si todo fue resultado de su versátil invención.
En los últimos momentos de vida, Pessoa pidió que le alcanzaran sus gafas. Nadie se las dio. Como sugiere Saramago, tal vez lo que deseaba era un reflejo para ver qué heterónimo moría con él. Pero quizá sólo respondió mecánicamente a los movimientos de alguien que siempre había estado al otro lado de los cristales de las gafas y que en ese momento de agonía quería mirar. Porque la heteronimia de Pessoa también ha legado una dolorosa pregunta eternamente incontestable: nosotros, ¿de quién somos heterónimos?
Jaime Sabines, enamoramiento fugaz
23/03/2009
La poesía ocurre como un accidente, un atropello, un enamoramiento, un crimen; ocurre diariamente, a solas, cuando el corazón del hombre se pone a pensar en la vida.
Vista, sentida así, la poesía es una verdadera maldición -y, claro, por momentos, una verdadera bendición. Sólo quedamos tranquilos cuando deshuesamos el poema, cuando le rompemos el espinazo y, por supuesto, nunca lo logramos. Siempre continúan las malditas palabras tan fuertes, tan inamovibles, tan necesarias como el aire.
Jaime Sabines
Lo que sucede con los escritores –y en general con cualquier creador- cuando se decide homenajearlos por la conmemoración de su muerte o los festejos de su natalicio, es que todos se vuelcan hacia lo que pareciera un repentino entusiasmo en torno a su obra y figura.
Por todos lados, cientos de personas levantan la mano para proclamarse como sus más asiduos seguidores. Autonombrados fans, llevan consigo un ejemplar viejísimo que hallaron por razones desconocidas –aunque obvias- en su casa o la reedición de su obra más sobresaliente. Llenan, producto de la admiración sintética, librerías o salas de exhibición donde se venda o exhiba, alguna cosa que lleve el nombre del “autor en turno”.
2009 es el año de Jaime Sabines con motivo de su décimo aniversario luctuoso. Aunque los homenajes se han realizado de formas muy diversas; recordándolo en radio, televisión y distintas partes de la república con eventos oficiales, Chiapas –estado del que fuera originario el poeta- ha llevado a cabo la mayor celebración para recordar la vida y obra de uno de los más entrañables y prolíficos poetas mexicanos.
Jaime Sabines Gutiérrez nació en Tuxtla Gutiérrez un 25 de marzo de 1926. En 1945 se mudó a la capital mexicana para estudiar medicina, hecho que contaría después como “un fracaso total y la mayor tragedia de su vida” pues su camino estaba en las letras.
Directas –no sólo en el lenguaje, sino en la emoción- son las once obras que constituyen sus publicaciones, editadas también en otros idiomas como el árabe, chino e inglés más muchos de sus poemas leídos en voz alta por él mismo y archivados en audio o video. Dos nuevos libros saldrán a la venta. Uno de ellos recopilará las cartas y poemas que Sabines escribió a su esposa Josefa Rodríguez. El segundo será el compendio de los versos escritos por el poeta antes de su muerte el 19 de marzo de 1999.
Escribió y vivió mucho. Poeta lírico, nunca perdió el ritmo en sus versos que se atrevían a decir mucho más de lo que otros siquiera se han permitido pensar. Poesía honesta sin miramientos, así es la de Sabines; escritor que hallaba en los novelistas a los mejores maestros.
Los versos de Sabines son vigorosos y sin rodeos, explicación de que un autor sincero y nada complaciente consigo mismo, logra serlo también con sus lectores. Si pudiéramos pensar en el mejor homenaje para un escritor, seguramente ese sería la lectura de su obra. Quizá analítica, quizá amorosa… quizá fugazmente fanatizada.
Me tienes en tus manos
Me tienes en tus manos
y me lees lo mismo que un libro.
Sabes lo que yo ignoro
y me dices las cosas que no me digo.
Me aprendo en ti más que en mi mismo.
Eres como un milagro de todas horas,
como un dolor sin sitio.
Si no fueras mujer fueras mi amigo.
A veces quiero hablarte de mujeres
que a un lado tuyo persigo.
Eres como el perdón
y yo soy como tu hijo.
¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo?
¡Qué distante te haces y qué ausente
cuando a la soledad te sacrifico!
Dulce como tu nombre, como un higo,
me esperas en tu amor hasta que arribo.
Tú eres como mi casa,
eres como mi muerte, amor mío.